jueves, 4 de octubre de 2012

Los últimos de Filipinas

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La historia de España está llena de hechos bélicos inauditos que han pasado a la historia asombrando al resto de pueblos y ejércitos. Muchas veces han sido protagonizados por héroes anónimos, por humildes soldados que han terminado el resto de sus días olvidados y en la miseria. Así es el carácter de esta Patria ingrata...

Los antecedentes del desastre de Baler.
En 1896 después del Pacto de Biak/Nna/Bato,  Emilio Aguinaldo, líder de los independentistas Filipinos, se largó a Hong Kong con los bolsillos llenos de dinero. Aguinaldo pertenecía a una sociedad secreta filipina rebelde denominada “Katipunan”. Tras esto, a finales de 1897, el gobierno español redujo el número de efectivos militares destinados en Filipinas, unos 28.000 soldados en total desplegados por todas las islas. En abril de 1898, el líder filipino Aguinaldo volvió de nuevo a las islas para dirigir la insurrección contra los españoles en un alzamiento que sería definitivo para los intereses de España.

El nuevo alzamiento filipino estaba motivado fundamentalmente por el comienzo de las hostilidades entre España y los EE.UU (aliados de los filipinos) a raíz de que el 25 de abril de 1898 saltara por los aires el acorazado Maine, fondeado en la isla de Cuba. Los americanos culparon del incidente a los españoles (la historia ha demostrado que el hundimiento del Maine fue obra de los propios americanos para tener un pretexto con el que atacar a España) y nos declararon la guerra. 

El sitio de Baler.
Baler era, en aquella época, un pueblo de 2.000 habitantes situado en la Provincia de Nueva Écija, en la costa oriental de la isla de Luzón, en una zona montañosa que dificultaba su comunicación con Manila y con el resto de la provincia. Su acceso principal era por mar.

El 27 de junio de 1898 da comienzo una sublevación en la zona que abarcaba la comandancia militar de Baler. El contrabando de armas para la insurrección en aquellas playas provoca que se solicitara refuerzos, ya que la guarnición normal de Baler estaba compuesta por un cabo y cuatro guardias civiles. Fruto de aquellas gestiones llegaron 50 hombres al mando del Teniente José Mota. Pero la noche del  28 de Junio el destacamento es asaltado y sus hombres asesinados.

En vista de ello, en febrero de 1898, llega a Baler el Capitán D. Enrique de Las Morenas, como comandante político-militar del Distrito. Con él llegan 50 soldados del 2º Batallón de Cazadores al mando de los Tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, con el Teniente Médico Rogelio Vigil de Quiñones y tres enfermeros para sustituir a la anterior guarnición. Tenían víveres para cuatro meses, plazo en el que se esperaba relevar la guarnición por otra nueva. Además, se reintegraba a su destino el párroco del pueblo, Fray Cándido Gómez, que había sido hecho prisionero por los tagalos y a los que convenció para que le dejaran ir con la falsa promesa de que convencería a los españoles de que se rindieran.

A principios de abril de 1898, estalla la sublevación tagala nuevamente en la provincia. Poco a poco van cayendo los puestos españoles y Baler queda aislada y sin posibilidad de recibir órdenes o comunicaciones militares. Sin embargo, los habitantes de Baler mantenían una actividad normal sin síntomas de sublevación.

El 27 de junio el pueblo amaneció despoblado. Ese mismo día desertaron 2 soldados filipinos y uno español. Ante la inminencia del ataque y el número de efectivos filipinos, el Capitán De las Morenas acuerda refugiarse en la iglesia del pueblo, edificio de fuerte construcción a base de piedra donde abrieron un pozo, cegaron puertas, construyeron un horno, quemaron las casas cercanas y almacenaron víveres y municiones. El día 30 de junio, algunos soldados realizan una salida para explorar y encuentran una fuerte resistencia retirándose a la Iglesia. Así comienza el sitio de Baler.
Pronto se comprueba como la escasez de alimentos frescos hacía enfermar del mortal “beriberi”, enfermedad consistente en la inflamación de los nervios periféricos. La base de la alimentación era arroz descascarillado.

Aunque el médico había conseguido construir una pequeña huerta próxima a la iglesia, plantando pimientos, tomates y calabazas silvestres, los estragos del “beriberi” no se hicieron esperar. En pocos meses fallecieron, además de algunos soldados, el Capitán Enrique de las Morenas (el último documento que firma, en pleno delirio, es ofreciendo amnistía a los sitiadores si deponen las armas), el capellán y el 2º Teniente Alonso Zayas. Todos fueron enterrados en la propia iglesia.

Llegada la Navidad de 1898, se estima conveniente celebrarla con el rezo de oraciones, un improvisado concierto de villancicos y una "opípara cena" a base de habichuelas picadas revueltas con arroz en manteca rancia y como postre un plato de calabazas endulzadas y café de puchero.

A finales de año un parlamentario filipino pidió lugar y fecha para celebrar un encuentro con el jefe español. Llegado el momento nadie se presenta, intuyendo los españoles que eran estratagemas para debilitar la moral.

El 14 de enero de 1899 el Teniente Martín Cerezo sube a la torre de la iglesia y observa a lo lejos un hombre portando bandera blanca. Avanza el paisano identificándose como el Capitán español Olmedo Calvo y asegurando traer noticias del Capitán General.

Aunque su deseo era entregar un documento personalmente al Capitán, el Teniente no quiere dar a conocer su muerte y le responde que el Capitán no puede salir y que él se lo entregará. El escrito decía: "Habiéndose firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación citada, se servía Ud. de evacuar la plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de Infantería D. Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud. muchos años. Manila, 1 de febrero de 1899. Diego de los Ríos”.

Al Teniente Martín Cerezo aquel escrito le produjo desconfianza. En primer lugar, le exigían entregar "las arcas del tesoro". ¿Cómo era posible que le exigieran eso cuando la oficialidad sabía de la pobreza en que estaban sumidos? Otro detalle que le choca fue el parlamentario. Vino de paisano pero alegando ser oficial y haber sido condiscípulo del Capitán en la Academia, entonces, ¿por qué le pregunta si el era el Capitán De las Morenas? ¿No decía que lo conocía? Además la pregunta se la había formulado a pesar de vestir su guerrera de Teniente. Todas esas controversias, comentadas con el Teniente médico Vigil de Quiñones, hicieron que Martín Cerezo ninguneara el documento y decidiera continuar la resistencia.

Tras siete meses de encierro se intensifica el agotamiento y la desesperanza, traduciéndose en la deserción de 6 españoles, pudiendo evitarse otras 3 al ser detenidos antes de que la realizaran. Fueron juzgados de acuerdo con el Código de Justicia Militar y aunque la pena era el fusilamiento, el Teniente Martín Cerezo determina encerrarlos por el momento en el baptisterio, asegurándolos con grilletes.

Tras este amargo suceso, otro nuevo fue motivo de alegría al comprobarse como unos bovinos de la región pastaban próximos a la iglesia. Pronto cazaron uno y en pocas horas estuvo cocinado. Llevaban meses sin comer carne y en tres días dieron cuenta del bovino. Consecuencias: la mayoría sufría con posterioridad los predecibles cólicos.

Los intentos de asalto de los filipinos eran intermitentes. El 30 de marzo de 1899 se produjo uno muy fuerte con denso fuego de fusilería y algunos disparos de cañón de 75 mm que no hacían mella en los gruesos muros de la iglesia. Fue entonces cuando el Teniente decidió utilizar un cañón que encontró dentro de la iglesia aunque solo era un tubo de cañón de avancarga. Para ello, reunió la pólvora de las bengalas y colocó el tubo en un hueco que hizo en el muro, amarrando fuertemente la culata a una de las vigas del techo. Tras cargarlo con piedras hizo fuego. Se produjo el disparo pero al retroceso hizo de péndulo, rompiendo algunas tejas del techo y chocando de vuelta violentamente contra el muro de la iglesia. Después de la experiencia, se suspendió el fuego del cañón

A los 282 días se acaba el arroz, las habichuelas y el tocino, pero los defensores continuaron la resistencia. En vista de ello los sitiadores hicieron más violentos los ataques, intentando incluso incendiar la iglesia

La actividad del Teniente médico era increíble. Enfermo de beriberi y herido, se hacía trasladar en un sillón allá donde su presencia era requerida. Como buen médico, instruyó al Cabo Olivares para que con 10 soldados se acercaran al campo enemigo a requisar víveres frescos. Logrado el objetivo, permitió mejorar a los enfermos de “beriberi”.

Cierta mañana, los sitiados escucharon cañonazos al Oeste, haciéndoles pensar en la llegada de socorro. Por la noche un potente reflector les busca. La alegría invadía a todos. A la mañana siguiente perciben un intenso tiroteo sobre la playa, pero al llegar la noche, el reflector deja de alumbrar y el buque desde donde emitía se aleja definitivamente. El desconcierto y el desánimo invadió a los sitiados.

Lo ocurrido fue que el buque de guerra americano Yorstown llegó a la playa con la intención de rescatar a los españoles, pues ahora también ellos eran enemigos de los filipinos al establecerse la Paz de Paris (en donde Filipinas fue vendida a los EE.UU. por 20 millones de dólares) entre España y los EE. UU. La tropa americana desembarcada fue copada por tropas tagalas parapetadas en la selva. El desastre fue total. El oficial que los mandaba y 15 marines murieron, obligando al resto a retirarse y dejando abandonados a los esperanzados españoles.

A partir de entonces los tagalos deciden atacar la iglesia diariamente. La hambruna era tan grande que toda hierba, rata, caracol o pájaro que estuviera a su alcance acababa en la cazuela.

A finales de mayo de 1899 los filipinos llegan hasta las mismas paredes de la iglesia, siendo rechazados en un cuerpo a cuerpo, dejando el enemigo 17 muertos.


Entonces un nuevo parlamentario llega y se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda. De nuevo pequeños detalles hacen dudar a Martín Cerezo de su autenticidad; su uniforme, sus documentos de acreditación e incluso en el barco (visible en la ensenada y que asegura es para repatriarlos), creen ver un lanchón tagalo enmascarado debido a que sus aparatos de observación no eran de calidad. La única verdad es que para el teniente era inconcebible que España hubiese vendido Filipinas como insistentemente le decían.

Rechazados los argumentos del Teniente Coronel, éste, perplejo, hubo de retirarse sin antes decirle al Teniente: "Pero hombre ¿qué tengo que hacer para que me crea, espera que venga el General Ríos en persona?" A lo que le conteste el Teniente: "Si viniera, entonces le creería".

Ese día el teniente ordena fusilar al cabo Vicente González Toca y a Antonio Menache Sánchez que llevaban presos 97 días acusados del intento de deserción.

Tras once meses de Sitio sin prácticamente que comer, el Teniente al leer los periódicos que le dejó el Teniente Coronel, encontró una noticia que le deja perplejo: su amigo y compañero el Teniente Francisco Díaz Navarro era destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro, así que tenía que ser cierta. Reunió la tropa, les relató cual era realmente la situación y les propuso una retirada sin pérdida alguna de la dignidad y del honor depositado en ellos por España

Para asombro de los filipinos, estos vieron izar en la iglesia la bandera blanca y se oyó el toque de llamada. Seguidamente hizo acto de presencia el jefe de las fuerzas sitiadoras, Simón Tersen, que escucha a Martín Cerezo y le respondió que formulase por escrito su propuesta, diciéndole que podrían salir conservando sus armas hasta el límite de su jurisdicción y luego renunciarían a ellas para evitar malos entendidos.

Y así, honorablemente, finalizaron los 337 días del asedio al Sitio de Baler. Una vez arriada la bandera, el corneta tocó atención y aquellos valientes abandonaron su reducto. Los Tenientes Martín Cerezo y Vigil de Quiñones, enarbolando la Bandera Española, encabezaban la formación de soldados agotados, que de tres en fondo y con armas sobre el hombro, dejaban el último solar español en el Pacífico. Soldados filipinos en posición de firmes y en silencio les hicieron un pasillo honorífico.

Una vez que se repusieron del tremendo agotamiento y con la ayuda de los filipinos que cumplieron fielmente su compromiso, el Teniente y sus hombres hicieron el largo viaje en dirección a Manila, atravesando poblados y lugares donde no faltaron los atentados que fueron repelidos por los soldados tagalos que les escoltaban. Al fin llegaron a Manila el 6 de julio del 1899.

Durante el viaje, al pasar por Tarlak, cuartel general del Presidente filipino, éste acogió a los españoles ofreciéndoles obsequios y alojamiento. Lo que más agradecería Martín Cerezo del Presidente fue la entrega de un periódico local en el que se publicaba un elogioso relato de los españoles y un Decreto que decía:  "Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo, las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta Republica, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serían considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveera, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su patria".

En Manila la comisión española encargada de recibirlos, los alojó en el Palacio de Santa Potenciana, antigua Capitanía General. La colonia española los colma de homenajes y regalos. En una de las recepciones, el Teniente Martín Cerezo recibía el abrazo del Teniente Coronel Aguilar que en son de broma le dijo: “Y ahora, ¿me reconoce Ud.? -a lo que contestó el Teniente- Sí, señor. Y más me hubiera valido haberlo hecho entonces”.

Por fin, el 29 de julio de 1899 embarcaron en el vapor Alicante, llegando a Barcelona el 1 de Septiembre, siendo recibidos por las autoridades civiles y militares. El teniente Saturnino Martín Cerezo, fue condecorado con la Laureada de San Fernando y nadie se explica porque no se concedió una Laureada colectiva a los compañeros del teniente Martín Cerezo.

“Los Últimos de Filipinas”.
En total fueron sitiadas 60 personas, incluyendo los dos misioneros enviados por los filipinos, de las cuales 15 murieron enfermos de “beriberi” o disentería, 2 murieron por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados por orden de Martín Cerezo tras ser declarados culpables de intento de deserción. Los nombres y lugares de procedencia de estos hombres fueron:

Capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi. Falleció por enfermedad el 22 de noviembre de 1898.
2º Teniente Juan Alonso Zayas. Falleció por enfermedad el 18 de octubre de 1898.
2º Teniente Saturnino Martín Cerezo, natural de Miajadas, Cáceres.
Cabo Jesús García Quijano, natural de Viduerna de la Peña, Palencia.
Cabo José Chaves Martín. Falleció por enfermedad el 10 de octubre de 1898.
Cabo José Olivares Conejero, natural de Caudete, Albacete.
Cabo Vicente González Toca. Fusilado el 1 de junio de 1899.
Corneta Santos González Roncal, natural de Mallén, Zaragoza.
Soldado de 2ª Felipe Herrero López. Desertó el 27 de junio de 1898.
Soldado de 2ª Félix García Torres. Desertó el 29 de junio de 1898.
Soldado de 2ª Julian Galvete Iturmendi. Falleció debido a heridas el 31 de julio de 1898.
Soldado de 2ª Juan Chamizo Lucas, natural de Valle de Abdalajís, Málaga.
Soldado de 2ª José Hernández Arocha, natural de La Laguna, Tenerife.
Soldado de 2ª José Lafarga Abad. Falleció por enfermedad el 22 de octubre de 1898.
Soldado de 2ª Luis Cervantes Dato, natural de Mula, Murcia.
Soldado de 2ª Manuel Menor Ortega, natural de Sevilla, Sevilla.
Soldado de 2ª Vicente Pedrosa Carballeda, natural de Carballino, Orense.
Soldado Antonio Bauza Fullana, natural de Petra, Mallorca.
Soldado Antonio Menache Sánchez. Fusilado el 1 de junio de 1899.
Soldado Baldomero Larrode Paracuello. Falleció por enfermedad el 9 de noviembre de 1898.
Soldado Domingo Castro Camarena, natural de Aldeavieja, Ávila.
Soldado Emilio Fabregat Fabregat, natural de Salsadella, Castellón.
Soldado Eufemio Sánchez Martínez, natural de Puebla de Don Fadrique, Granada.
Soldado Eustaquio Gopar Hernández, natural de Tuineje, Las Palmas.
Soldado Felipe Castillo Castillo, natural de Castillo de Locubín, Jaén.
Soldado Francisco Real Yuste, natural de Cieza, Murcia.
Soldado Francisco Rovira Mompó. Falleció por enfermedad el 30 de setiembre 1898.
Soldado Gregorio Catalán Valero, natural de Osa de la Vega, Cuenca.
Soldado Jaime Caldentey Nadal. Desertó el 3 de agosto de 1898.
Soldado José Alcaide Bayona. Desertó el 8 de mayo de 1899.
Soldado José Jiménez Berro, natural de Almonte, Huelva.
Soldado José Martínez Santos, natural de Almeiras, La Coruña.
Soldado José Pineda Turán, natural de San Felíu de Codinas, Barcelona.
Soldado José Sanz Meramendi. Falleció por enfermedad el 13 de febrero 1899.
Soldado Juan Fuentes Damián. Falleció por enfermedad el 8 de noviembre 1898.
Soldado Loreto Gallego García, natural de Requena, Valencia.
Soldado Manuel Navarro León. Falleció por enfermedad el 9 de noviembre 1898.
Soldado Marcelo Adrián Obregón, natural de Villalmanzo, Burgos.
Soldado Marcos José Petanas. Falleció por enfermedad el 19 de mayo 1899.
Soldado Marcos Mateo Conesa, natural de Tronchón, Teruel.
Soldado Miguel Méndez Expósito, natural de Puebla de Tabe, Salamanca.
Soldado Miguel Pérez Leal, natural de Lebrija, Sevilla.
Soldado Pedro Izquierdo Arnaíz. Falleció por enfermedad el 14 de noviembre 1898.
Soldado Pedro Planas Basagañas, natural de San Juan de las Abadesas, Gerona.
Soldado Pedro Vila Garganté, natural de Taltaüll, Lérida.
Soldado Rafael Alonso Medero. Falleció por enfermedad el 8 de octubre de 1898.
Soldado Ramón Buades Tormo, natural de Carlet, Valencia.
Soldado Ramón Donat Pastor. Falleció por enfermedad el 10 de octubre 1898.
Soldado Ramón Mir Brills, natural de Guisona, Lérida.
Soldado Ramón Ripollés Cardona, natural de Morella, Castellón.
Soldado Román López Lozano. Falleció por enfermedad el 25 de octubre 1898.
Soldado Salvador Santamaría Aparicio. Falleció debido a heridas el 12 de mayo 1899.
Soldado Timoteo López Larios, natural de Alcoroches, Guadalajara.
Médico provisional Rogelio Vigil de Quiñones, natural de Marbella, Málaga.
Cabo indígena Alfonso Sus Fojas. Desertó el 27 de junio de 1898.
Sanitario indígena Tomás Paladio Paredes. Desertó el 27 de junio de 1898.
Soldado Bernardino Sánchez Cainzos, natural de Guitiriz, Lugo
Fray Cándido Gómez Carreño. Falleció por enfermedad el 25 de agosto de 1898.
Fray Juan López Guillén.
Fray Félix Minaya.

En el año 1945 se llevó al cine la historia del sitio bajo el título “Los últimos de Filipinas”. La historia partió de un guión radiofónico de Enrique Llovet y de otro de Enrique Alfonso Barcones y Rafael Sánchez Campoy y contó con las actuaciones de Armando Calvo, José Nieto, Fernando Rey, Guillermo Marín, Manuel Morán, Conrado San Martín, Tony Leblanc, Nani Fernández y Carlos Muñoz.

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