Los antecedentes del
desastre de Baler.
En 1896 después del Pacto de Biak/Nna/Bato, Emilio Aguinaldo, líder de los
independentistas Filipinos, se largó a Hong Kong con los bolsillos llenos de
dinero. Aguinaldo pertenecía a una sociedad secreta filipina rebelde denominada
“Katipunan”. Tras esto, a finales de 1897, el gobierno español redujo el número
de efectivos militares destinados en Filipinas, unos 28.000 soldados en total
desplegados por todas las islas. En abril de 1898, el líder filipino Aguinaldo
volvió de nuevo a las islas para dirigir la insurrección contra los españoles
en un alzamiento que sería definitivo para los intereses de España.
El nuevo alzamiento filipino estaba motivado
fundamentalmente por el comienzo de las hostilidades entre España y los EE.UU
(aliados de los filipinos) a raíz de que el 25 de abril de 1898 saltara por los
aires el acorazado Maine, fondeado en la isla de Cuba. Los americanos culparon
del incidente a los españoles (la historia ha demostrado que el hundimiento del
Maine fue obra de los propios americanos para tener un pretexto con el que
atacar a España) y nos declararon la guerra.
Baler era, en aquella época, un pueblo de 2.000 habitantes
situado en la Provincia de Nueva Écija, en la costa oriental de la isla de
Luzón, en una zona montañosa que dificultaba su comunicación con Manila y con
el resto de la provincia. Su acceso principal era por mar.
El 27 de junio de 1898 da comienzo una sublevación en la
zona que abarcaba la comandancia militar de Baler. El contrabando de armas para
la insurrección en aquellas playas provoca que se solicitara refuerzos, ya que
la guarnición normal de Baler estaba compuesta por un cabo y cuatro guardias
civiles. Fruto de aquellas gestiones llegaron 50 hombres al mando del Teniente
José Mota. Pero la noche del 28 de Junio
el destacamento es asaltado y sus hombres asesinados.
En vista de ello, en febrero de 1898, llega a Baler el
Capitán D. Enrique de Las Morenas, como comandante político-militar del
Distrito. Con él llegan 50 soldados del 2º Batallón de Cazadores al mando de
los Tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, con el Teniente
Médico Rogelio Vigil de Quiñones y tres enfermeros para sustituir a la anterior
guarnición. Tenían víveres para cuatro meses, plazo en el que se esperaba
relevar la guarnición por otra nueva. Además, se reintegraba a su destino el
párroco del pueblo, Fray Cándido Gómez, que había sido hecho prisionero por los
tagalos y a los que convenció para que le dejaran ir con la falsa promesa de
que convencería a los españoles de que se rindieran.
A principios de abril de 1898, estalla la sublevación tagala
nuevamente en la provincia. Poco a poco van cayendo los puestos españoles y
Baler queda aislada y sin posibilidad de recibir órdenes o comunicaciones
militares. Sin embargo, los habitantes de Baler mantenían una actividad normal
sin síntomas de sublevación.
El 27 de junio el pueblo amaneció despoblado. Ese mismo día
desertaron 2 soldados filipinos y uno español. Ante la inminencia del ataque y
el número de efectivos filipinos, el Capitán De las Morenas acuerda refugiarse
en la iglesia del pueblo, edificio de fuerte construcción a base de piedra
donde abrieron un pozo, cegaron puertas, construyeron un horno, quemaron las
casas cercanas y almacenaron víveres y municiones. El día 30 de junio, algunos
soldados realizan una salida para explorar y encuentran una fuerte resistencia
retirándose a la Iglesia. Así comienza el sitio de Baler.
Pronto se comprueba como la escasez de alimentos frescos
hacía enfermar del mortal “beriberi”, enfermedad consistente en la inflamación
de los nervios periféricos. La base de la alimentación era arroz
descascarillado.
Aunque el médico había conseguido construir una pequeña
huerta próxima a la iglesia, plantando pimientos, tomates y calabazas silvestres,
los estragos del “beriberi” no se hicieron esperar. En pocos meses fallecieron,
además de algunos soldados, el Capitán Enrique de las Morenas (el último
documento que firma, en pleno delirio, es ofreciendo amnistía a los sitiadores
si deponen las armas), el capellán y el 2º Teniente Alonso Zayas. Todos fueron
enterrados en la propia iglesia.
Llegada la Navidad de 1898, se estima conveniente celebrarla
con el rezo de oraciones, un improvisado concierto de villancicos y una
"opípara cena" a base de habichuelas picadas revueltas con arroz en
manteca rancia y como postre un plato de calabazas endulzadas y café de
puchero.
A finales de año un parlamentario filipino pidió lugar y
fecha para celebrar un encuentro con el jefe español. Llegado el momento nadie
se presenta, intuyendo los españoles que eran estratagemas para debilitar la
moral.
El 14 de enero de 1899 el Teniente Martín Cerezo sube a la
torre de la iglesia y observa a lo lejos un hombre portando bandera blanca.
Avanza el paisano identificándose como el Capitán español Olmedo Calvo y
asegurando traer noticias del Capitán General.
Aunque su deseo era entregar un documento personalmente al
Capitán, el Teniente no quiere dar a conocer su muerte y le responde que el
Capitán no puede salir y que él se lo entregará. El escrito decía: "Habiéndose
firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo sido cedida la
soberanía de estas Islas a la última nación citada, se servía Ud. de evacuar la
plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a
las instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de Infantería D.
Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud. muchos años. Manila, 1 de febrero de
1899. Diego de los Ríos”.
Al Teniente Martín Cerezo aquel escrito le produjo desconfianza.
En primer lugar, le exigían entregar "las arcas del tesoro". ¿Cómo
era posible que le exigieran eso cuando la oficialidad sabía de la pobreza en
que estaban sumidos? Otro detalle que le choca fue el parlamentario. Vino de
paisano pero alegando ser oficial y haber sido condiscípulo del Capitán en la
Academia, entonces, ¿por qué le pregunta si el era el Capitán De las Morenas?
¿No decía que lo conocía? Además la pregunta se la había formulado a pesar de
vestir su guerrera de Teniente. Todas esas controversias, comentadas con el
Teniente médico Vigil de Quiñones, hicieron que Martín Cerezo ninguneara el
documento y decidiera continuar la resistencia.
Tras siete meses de encierro se intensifica el agotamiento y
la desesperanza, traduciéndose en la deserción de 6 españoles, pudiendo
evitarse otras 3 al ser detenidos antes de que la realizaran. Fueron juzgados
de acuerdo con el Código de Justicia Militar y aunque la pena era el fusilamiento,
el Teniente Martín Cerezo determina encerrarlos por el momento en el
baptisterio, asegurándolos con grilletes.
Tras este amargo suceso, otro nuevo fue motivo de alegría al
comprobarse como unos bovinos de la región pastaban próximos a la iglesia.
Pronto cazaron uno y en pocas horas estuvo cocinado. Llevaban meses sin comer
carne y en tres días dieron cuenta del bovino. Consecuencias: la mayoría sufría
con posterioridad los predecibles cólicos.
Los intentos de asalto de los filipinos eran intermitentes.
El 30 de marzo de 1899 se produjo uno muy fuerte con denso fuego de fusilería y
algunos disparos de cañón de 75 mm que no hacían mella en los gruesos muros de
la iglesia. Fue entonces cuando el Teniente decidió utilizar un cañón que
encontró dentro de la iglesia aunque solo era un tubo de cañón de avancarga.
Para ello, reunió la pólvora de las bengalas y colocó el tubo en un hueco que
hizo en el muro, amarrando fuertemente la culata a una de las vigas del techo.
Tras cargarlo con piedras hizo fuego. Se produjo el disparo pero al retroceso
hizo de péndulo, rompiendo algunas tejas del techo y chocando de vuelta
violentamente contra el muro de la iglesia. Después de la experiencia, se
suspendió el fuego del cañón
A los 282 días se acaba el arroz, las habichuelas y el
tocino, pero los defensores continuaron la resistencia. En vista de ello los
sitiadores hicieron más violentos los ataques, intentando incluso incendiar la
iglesia
La actividad del Teniente médico era increíble. Enfermo de
beriberi y herido, se hacía trasladar en un sillón allá donde su presencia era
requerida. Como buen médico, instruyó al Cabo Olivares para que con 10 soldados
se acercaran al campo enemigo a requisar víveres frescos. Logrado el objetivo,
permitió mejorar a los enfermos de “beriberi”.
Cierta mañana, los sitiados escucharon cañonazos al Oeste,
haciéndoles pensar en la llegada de socorro. Por la noche un potente reflector
les busca. La alegría invadía a todos. A la mañana siguiente perciben un
intenso tiroteo sobre la playa, pero al llegar la noche, el reflector deja de
alumbrar y el buque desde donde emitía se aleja definitivamente. El
desconcierto y el desánimo invadió a los sitiados.
Lo ocurrido fue que el buque de guerra americano Yorstown
llegó a la playa con la intención de rescatar a los españoles, pues ahora
también ellos eran enemigos de los filipinos al establecerse la Paz de Paris
(en donde Filipinas fue vendida a los EE.UU. por 20 millones de dólares) entre
España y los EE. UU. La tropa americana desembarcada fue copada por tropas
tagalas parapetadas en la selva. El desastre fue total. El oficial que los
mandaba y 15 marines murieron, obligando al resto a retirarse y dejando
abandonados a los esperanzados españoles.
A partir de entonces los tagalos deciden atacar la iglesia
diariamente. La hambruna era tan grande que toda hierba, rata, caracol o pájaro
que estuviera a su alcance acababa en la cazuela.
A finales de mayo de 1899 los filipinos llegan hasta las mismas
paredes de la iglesia, siendo rechazados en un cuerpo a cuerpo, dejando el
enemigo 17 muertos.
Entonces un nuevo parlamentario llega y se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda. De nuevo pequeños detalles hacen dudar a Martín Cerezo de su autenticidad; su uniforme, sus documentos de acreditación e incluso en el barco (visible en la ensenada y que asegura es para repatriarlos), creen ver un lanchón tagalo enmascarado debido a que sus aparatos de observación no eran de calidad. La única verdad es que para el teniente era inconcebible que España hubiese vendido Filipinas como insistentemente le decían.
Rechazados los argumentos del Teniente Coronel, éste,
perplejo, hubo de retirarse sin antes decirle al Teniente: "Pero hombre
¿qué tengo que hacer para que me crea, espera que venga el General Ríos en
persona?" A lo que le conteste el Teniente: "Si viniera, entonces le
creería".
Ese día el teniente ordena fusilar al cabo Vicente González
Toca y a Antonio Menache Sánchez que llevaban presos 97 días acusados del
intento de deserción.
Tras once meses de Sitio sin prácticamente que comer, el
Teniente al leer los periódicos que le dejó el Teniente Coronel, encontró una
noticia que le deja perplejo: su amigo y compañero el Teniente Francisco Díaz
Navarro era destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado
en secreto el propio Díaz Navarro, así que tenía que ser cierta. Reunió la
tropa, les relató cual era realmente la situación y les propuso una retirada
sin pérdida alguna de la dignidad y del honor depositado en ellos por España
Para asombro de los filipinos, estos vieron izar en la iglesia
la bandera blanca y se oyó el toque de llamada. Seguidamente hizo acto de
presencia el jefe de las fuerzas sitiadoras, Simón Tersen, que escucha a Martín
Cerezo y le respondió que formulase por escrito su propuesta, diciéndole que
podrían salir conservando sus armas hasta el límite de su jurisdicción y luego
renunciarían a ellas para evitar malos entendidos.
Y así, honorablemente, finalizaron los 337 días del asedio
al Sitio de Baler. Una vez arriada la bandera, el corneta tocó atención y
aquellos valientes abandonaron su reducto. Los Tenientes Martín Cerezo y Vigil
de Quiñones, enarbolando la Bandera Española, encabezaban la formación de soldados
agotados, que de tres en fondo y con armas sobre el hombro, dejaban el último
solar español en el Pacífico. Soldados filipinos en posición de firmes y en
silencio les hicieron un pasillo honorífico.
Una vez que se repusieron del tremendo agotamiento y con la
ayuda de los filipinos que cumplieron fielmente su compromiso, el Teniente y
sus hombres hicieron el largo viaje en dirección a Manila, atravesando poblados
y lugares donde no faltaron los atentados que fueron repelidos por los soldados
tagalos que les escoltaban. Al fin llegaron a Manila el 6 de julio del 1899.
Durante el viaje, al pasar por Tarlak, cuartel general del
Presidente filipino, éste acogió a los españoles ofreciéndoles obsequios y alojamiento.
Lo que más agradecería Martín Cerezo del Presidente fue la entrega de un periódico
local en el que se publicaba un elogioso relato de los españoles y un Decreto
que decía: "Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo, las
fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la
constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza
de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando
una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid
y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los
sentimientos del ejército de esta Republica, que bizarramente les ha combatido;
a propuesta de mi secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno,
vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las
expresadas fuerzas no serían considerados como prisioneros, sino por el
contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveera, por la Capitanía
General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su patria".
En Manila la comisión española encargada de recibirlos, los
alojó en el Palacio de Santa Potenciana, antigua Capitanía General. La colonia
española los colma de homenajes y regalos. En una de las recepciones, el
Teniente Martín Cerezo recibía el abrazo del Teniente Coronel Aguilar que en
son de broma le dijo: “Y ahora, ¿me reconoce
Ud.? -a lo que contestó el Teniente- Sí, señor. Y más me hubiera valido haberlo
hecho entonces”.
Por fin, el 29 de julio de 1899 embarcaron en el vapor
Alicante, llegando a Barcelona el 1 de Septiembre, siendo recibidos por las
autoridades civiles y militares. El teniente Saturnino Martín Cerezo, fue
condecorado con la Laureada de San Fernando y nadie se explica porque no se
concedió una Laureada colectiva a los compañeros del teniente Martín Cerezo.
En total fueron sitiadas 60 personas, incluyendo los dos
misioneros enviados por los filipinos, de las cuales 15 murieron enfermos de
“beriberi” o disentería, 2 murieron por heridas de combate, 6 desertaron y 2
fueron fusilados por orden de Martín Cerezo tras ser declarados culpables de
intento de deserción. Los nombres y lugares de procedencia de estos hombres
fueron:
Capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi.
Falleció por enfermedad el 22 de noviembre de 1898.
2º Teniente Juan Alonso Zayas. Falleció por enfermedad el 18
de octubre de 1898.
2º Teniente Saturnino Martín Cerezo, natural de Miajadas,
Cáceres.
Cabo Jesús García Quijano, natural de Viduerna de la Peña,
Palencia.
Cabo José Chaves Martín. Falleció por enfermedad el 10 de
octubre de 1898.
Cabo José Olivares Conejero, natural de Caudete, Albacete.
Cabo Vicente González Toca. Fusilado el 1 de junio de 1899.
Corneta Santos González Roncal, natural de Mallén, Zaragoza.
Soldado de 2ª Felipe Herrero López. Desertó el 27 de junio
de 1898.
Soldado de 2ª Félix García Torres. Desertó el 29 de junio de
1898.
Soldado de 2ª Julian Galvete Iturmendi. Falleció debido a
heridas el 31 de julio de 1898.
Soldado de 2ª Juan Chamizo Lucas, natural de Valle de
Abdalajís, Málaga.
Soldado de 2ª José Hernández Arocha, natural de La Laguna,
Tenerife.
Soldado de 2ª José Lafarga Abad. Falleció por enfermedad el
22 de octubre de 1898.
Soldado de 2ª Luis Cervantes Dato, natural de Mula, Murcia.
Soldado de 2ª Manuel Menor Ortega, natural de Sevilla,
Sevilla.
Soldado de 2ª Vicente Pedrosa Carballeda, natural de Carballino,
Orense.
Soldado Antonio Bauza Fullana, natural de Petra, Mallorca.
Soldado Antonio Menache Sánchez. Fusilado el 1 de junio de
1899.
Soldado Baldomero Larrode Paracuello. Falleció por
enfermedad el 9 de noviembre de 1898.
Soldado Domingo Castro Camarena, natural de Aldeavieja,
Ávila.
Soldado Emilio Fabregat Fabregat, natural de Salsadella,
Castellón.
Soldado Eufemio Sánchez Martínez, natural de Puebla de Don
Fadrique, Granada.
Soldado Eustaquio Gopar Hernández, natural de Tuineje, Las
Palmas.
Soldado Felipe Castillo Castillo, natural de Castillo de
Locubín, Jaén.
Soldado Francisco Real Yuste, natural de Cieza, Murcia.
Soldado Francisco Rovira Mompó. Falleció por enfermedad el
30 de setiembre 1898.
Soldado Gregorio Catalán Valero, natural de Osa de la Vega,
Cuenca.
Soldado Jaime Caldentey Nadal. Desertó el 3 de agosto de
1898.
Soldado José Alcaide Bayona. Desertó el 8 de mayo de 1899.
Soldado José Jiménez Berro, natural de Almonte, Huelva.
Soldado José Martínez Santos, natural de Almeiras, La Coruña.
Soldado José Pineda Turán, natural de San Felíu de Codinas,
Barcelona.
Soldado José Sanz Meramendi. Falleció por enfermedad el 13
de febrero 1899.
Soldado Juan Fuentes Damián. Falleció por enfermedad el 8 de
noviembre 1898.
Soldado Loreto Gallego García, natural de Requena, Valencia.
Soldado Manuel Navarro León. Falleció por enfermedad el 9 de
noviembre 1898.
Soldado Marcelo Adrián Obregón, natural de Villalmanzo,
Burgos.
Soldado Marcos José Petanas. Falleció por enfermedad el 19
de mayo 1899.
Soldado Marcos Mateo Conesa, natural de Tronchón, Teruel.
Soldado Miguel Méndez Expósito, natural de Puebla de Tabe,
Salamanca.
Soldado Miguel Pérez Leal, natural de Lebrija, Sevilla.
Soldado Pedro Izquierdo Arnaíz. Falleció por enfermedad el
14 de noviembre 1898.
Soldado Pedro Planas Basagañas, natural de San Juan de las
Abadesas, Gerona.
Soldado Pedro Vila Garganté, natural de Taltaüll, Lérida.
Soldado Rafael Alonso Medero. Falleció por enfermedad el 8
de octubre de 1898.
Soldado Ramón Buades Tormo, natural de Carlet, Valencia.
Soldado Ramón Donat Pastor. Falleció por enfermedad el 10 de
octubre 1898.
Soldado Ramón Mir Brills, natural de Guisona, Lérida.
Soldado Ramón Ripollés Cardona, natural de Morella,
Castellón.
Soldado Román López Lozano. Falleció por enfermedad el 25 de
octubre 1898.
Soldado Salvador Santamaría Aparicio. Falleció debido a
heridas el 12 de mayo 1899.
Soldado Timoteo López Larios, natural de Alcoroches,
Guadalajara.
Médico provisional Rogelio Vigil de Quiñones, natural de
Marbella, Málaga.
Cabo indígena Alfonso Sus Fojas. Desertó el 27 de junio de
1898.
Sanitario indígena Tomás Paladio Paredes. Desertó el 27 de
junio de 1898.
Soldado Bernardino Sánchez Cainzos, natural de Guitiriz,
Lugo
Fray Cándido Gómez Carreño. Falleció por enfermedad el 25 de
agosto de 1898.
Fray Juan López Guillén.
Fray Félix Minaya.
En el año 1945 se
llevó al cine la historia del sitio bajo el título “Los últimos de Filipinas”.
La historia partió de un guión radiofónico de Enrique Llovet y de otro de
Enrique Alfonso Barcones y Rafael Sánchez Campoy y contó con las actuaciones de
Armando Calvo, José Nieto, Fernando Rey, Guillermo Marín, Manuel Morán, Conrado
San Martín, Tony Leblanc, Nani Fernández y Carlos Muñoz.
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