Que yo recuerde y suelo tener buena memoria, jamás he
celebrado la muerte de nadie. Cuando algún etarra ha saltado por los aires, ha
saltado por una ventana o se ha caído en un caldero de cal viva no le he dado
mayor relevancia al asunto. Un hijo de puta menos. Pero ayer si me alegré de
que un asesino, un cobarde, un chaquetero… En definitiva, un hijo de la gran
puta, la palmara. Así es la vida. El cabrón éste se ha ido al hoyo sin que
nadie lo juzgue, con palmaditas en la espalda de izquierdas y derechas. Por eso
no está de mal recordar quien fue Santiago Carrillo y sus asesinatos.
Santiago Carrillo:
¿exento de responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama?
De entre toda la historiografía que se ha usado para
exculpar la participación de Carrillo en la matanza de Paracuellos del Jarama
se ha esgrimido como la más importante la publicada por Paul Preston,
hispanista inglés de claras tendencias izquierdistas.
Sin embargo, Paul
Preston declaraba en la presentación de su libro “El Holocausto español. Odio y extermino en la Guerra Civil”: "Sus mentiras son tan infantiles, es
una ridiculez decir que no sabía nada de los hechos" –en relación a
Santiago Carrillo-. “Santiago Carrillo
era el responsable de Orden Público y nombró como director de Seguridad a
Segundo Serrano Poncela, quien organizó a diario las sacas". "Es
inconcebible que Carrillo no lo supiera y encuentro absurdo que durante todos
estos años haya estado mintiendo". “Tras leer todas las entrevistas que ha
concedido Santiago Carrillo –refiere Paul Preston- éste ha cometido deslices donde cuenta toda la verdad". Para
Paul Preston, las ejecuciones de Paracuellos constituyen "la mayor atrocidad cometida en territorio republicano durante la
Guerra Civil española".
Nacido en Gijón (Asturias) el 18 de enero de 1915, su
padre Wenceslao llegó a ser un importante dirigente del PSOE y de la UGT. La
amistad de Wenceslao con Largo Caballero, permitió que Santiago entrara en la
imprenta del periódico “El Socialista”.
En el verano de 1933, dirigió una ofensiva de las Juventudes Socialistas con el
propósito de desacreditar a miembros del PSOE, tales como Indalecio Prieto y
Julián Besteiro, para imponer en su lugar a Francisco Largo Caballero, apodado
el “Lenin español”.
Santiago Carrillo tenía sólo 21 años el 6 de noviembre de
1936, el día en que fue nombrado Consejero de Orden Público por la Junta de
Defensa de Madrid, el mismo día que ingresó en el Partido Comunista de España y
justo un día antes de que dieran comienzo las matanzas en Paracuellos de
Jarama.
En el Madrid de los terribles noviembre y diciembre de
1936, la prensa republicana se deshacía en elogios hacia un jovenzuelo que
acababa de irrumpir como mandatario socialista y comunista. La trayectoria
política de Carrillo había estado ligada primero desde una vertiente
periodista, colaborando con “El
Socialista” y posteriormente en una faceta de activista político, sin tener
un cargo tras de sí, en las Juventudes Socialista Unificadas. En 1934 fue
encarcelado, junto a su padre, por participar en la “Revolución de 1934”.
Con este bagaje político y profesional, Carrillo fue
nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid y de
inmediato se encargó de la evacuación de los presos de las cárceles madrileñas
de San Antón, Polier, Modelo y Ventas, rumbo a Valencia.
A pesar de la brutalidad de los actos cometidos en
Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, la prensa republicana se deshacía
en elogios con la actuación del Consejero de Orden Público: “No ha sido nunca ni concejal, ni diputado
ni siquiera ministro. Hasta ahora, Santiago Carrillo no fue más que periodista
y luchador esforzado de las Juventudes Socialista Unificadas. Y sin embargo,
resulta, como lo prueba su actuación magnífica de estos días, un gobernante de
cuerpo entero”, podía leerse en un artículo publicado por “La Libertad” en la edición del 15 de
noviembre.
En una alocución por la emisora “Unión Radio” fechada el 12 de noviembre de 1936 Carrillo expresaba
que “la quinta columna está camino de ser aplastada” y “todas las medidas, absolutamente todas, están tomadas para que no
pueda suceder en Madrid ningún conflicto ni ninguna alteración”. Esta
declaración no era en vano: Cuatro días antes se había producido una “saca” de
la cárcel Modelo en la que más de 400 prisioneros fueron ejecutados en el Soto
de Alcovea, en Torrejón de Ardoz.
No era sin embargo Carrillo un valeroso militante
comunista que pusiera su vida en juego en el frente a pesar de la vehemencia de
sus declaraciones contra los fascistas: aunque dijo haber combatido en el
frente, no hay ninguna fuente de la época que lo asevere. Por el contrario, “El Socialista” desde sus páginas lo
acusó de haber sido un cobarde, tanto en el verano de 1936 como durante la
“revolución de octubre de 1934”, hasta el punto de “vaciar su tripa, atribulada por el riesgo de su detención, fuera del
lugar reservado para tales necesidades, hecho ocurrido en el estudio de un
artista”.
El día 4 de Noviembre de 1936, después de haberse
constituido un tribunal popular en la cárcel de Porlier, se ordenó salir a la
calle a los militares que en dicha prisión se encontraban para que se sumaran
al Ejército Rojo. Solamente cuatro lo aceptaron. Entre un centenar de presos,
de los cuales treinta y siete eran militares, se los llevaron en camiones a
Chinchilla, siendo fusilados -por miembros del PCE- a la mañana siguiente junto
al cementerio de Rivas-Vaciamadrid. Los comunistas eran los que controlaban la
defensa de Madrid, solicitando a la cárcel Modelo listas de los militares
encarcelados, procediendo a la primera saca de la checa de San Antón, con el
resultado de cuarenta militares asesinados.
El 7 de noviembre de 1936, empezó el exterminio en masa.
Entre las nueve y diez de la mañana de
dicho día llegaron a la cárcel Modelo autobuses de dos pisos, siendo
introducidos más de sesenta detenidos y conducidos a Paracuellos del Jarama.
Las víctimas eran despojadas de cualquier equipaje y atados con bramante de dos
en dos o bien con las manos a la espalda. Obligados a bajar, se les ordenaba
caminar hasta las fosas colectivas preparadas de antemano. Una vez situados al
borde de las zanjas, un grupo de treinta o cuarenta milicianos abrían fuego
sobre los presos y a continuación se les daba el tiro de gracia. Unos
doscientos enterradores, reclutados entre los “presuntos fascistas” de poblaciones
cercanas, arrojaban los cadáveres a las zanjas para luego cubrirlos con tierra.
La segunda saca se produjo del 8 al 17 de noviembre. A
partir de esta fecha se fueron sucediendo las sacas hasta la última, realizada
por Segundo Serrano Poncela, inmediato subordinado de Carrillo, el 3 de
diciembre de 1936. La llegada de del nuevo director de Prisiones, el anarquista
Melchor Rodríguez, detuvo de forma inmediata la masacre indiscriminada de
prisioneros, expulsando de las cárceles a los milicianos de “Vigilancia de la
Retaguardia”. Poco después Santiago Carrillo dejaba sus funciones en la Junta
de Defensa.
La magnitud de las cifras de las matanzas de Paracuellos
del Jarama y Torrejón de Ardoz oscilan entre algo más de 2.500 asesinados hasta
los cerca de 7.000. En esos términos se expresa Ramón Salas Larrazábal, historiador especialista en la Guerra
Civil, el cual cifra en 8.000 los muertos de noviembre y diciembre de 1936 en
Madrid. “Aproximadamente el 15 por ciento
cayeron antes del día 8 de noviembre, de ellos 1.000 en números redondos el
mismo día 7 y unos 400 entre el 1 y el 6. Quiere decirse que durante el período
de responsabilidad de Carrillo fueron muy cerca de 7.000 los madrileños que
cayeron sin juicio de ninguna clase ante las tapias de cualquier cementerio de
los alrededores de Madrid y con predilección en Paracuellos del Jarama”.
Ante tal panorama Carrillo, en el colmo de la
desvergüenza propia del hijo de mala madre que estaba hecho, a pregunta de Ian Gibson sobre las matanzas de
Paracuellos declaraba: “Paracuellos para
mí es un nombre, un nombre que ignoraba hasta... sinceramente no sabía que
existía Paracuellos. Eso puede parecer absurdo pero, viviendo en Madrid, sabía
que existía Vallecas, que existía Las Ventas, que existía Tetuán, que existía
Chamartín, pero Paracuellos del Jarama... ni el nombre, ni el nombre...”.
Descansen sus víctimas en paz.
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