Andrés Segovia ha sido, sin género de dudas, el guitarrista clásico más
importante del siglo 20. El eternamente enamorado de su guitarra nació el 18
de febrero de 1894, en el pueblo de Linares, provincia de Jaén al sur de
España. Hijo de un humilde carpintero, es probable que de haberse criado con él
jamás hubiera podido seguir su vocación musical. Sin embargo, el destino quiso
ponerlo en manos de unos tíos que disfrutaban de una posición económica
holgada, y aún así, las cosas no fueron tan sencillas.
El estribillo repetido en la infancia de muchos de los grandes
músicos de la historia, es que sus familiares no veían con buenos ojos sus
afanes artísticos (ellos pensaban que debería tocar un instrumento verdadero,
ya que en los años de su niñez la guitarra era un instrumento menospreciado,
pues se consideraba propio de los gitanos y sus bailadores). Para él, la
familia quería él oficio de farmacéutico, por lo cual no tuvo más remedio que
estudiar guitarra solo y a escondidas.
Durante su adolescencia, estuvo en el Instituto de Música de
Granada, donde la experiencia fue ampliando poco a poco el caudal de recursos
que le permitió perfeccionar su desempeño. Y aún al paso de los años,
convertido ya en el más grande guitarrista clásico del mundo, Segovia seguía en
etapa de preparación. Nunca dejó de estudiar y la práctica de la guitarra le
llevaba al menos cinco horas al día.
Su gusto hacia el instrumento y el interés que ponía en su
aprendizaje, lo llevó avanzar rápidamente. En 1910, cuando tenía 16 años, dio
su primer concierto, su debut público, en el Centro Artístico de la ciudad
española de Granada, donde presentó un repertorio que el mismo había formado
con partituras halladas en bibliotecas y adaptaciones a obras de grandes
músicos. Aunque continuó ofreciendo recitales, fue una presentación ofrecida en
Madrid en 1913 la que Segovia consideró como su debut. Como no tenía una buena
guitarra, decidió rentar una y el resultado fue un éxito clamoroso. Once años
más tarde, en París, se presentaría ya como un virtuoso internacional. Tenía 31
años y era el mejor guitarrista del mundo.
Su gira por América del Sur en 1919 causó sensación, al igual que
sus debut en París (1924), Moscú (1926) y Nueva York (1928), dónde sorprendió a
la audiencia con su técnica y su habilidad musical. A le vez que viajaba, tanto
él como la guitarra incrementaron su popularidad. Compositores como Heitor
Villa-Lobos empezaron a componer piezas originales específicamente para el
instrumento. Con sus texturas de oscuridad y melancolía de disonancia y frases
de chelo, las composiciones de Villa-Lobos en particular parecían acomodarse a
la guitarra perfectamente. Por petición suya han escrito obras para guitarra y
orquesta los maestros Rodrigo, Ponce entre otros.
Segovia también transcribió trabajos originalmente escritos para
otros instrumentos, incluyendo muchos de ellos de Johann Sebastian Bach. De
hecho su trascripción del chaconne de Bach, el cual es uno de los más famosos y
más difíciles para dominar, hacia parecer que el compositor había pretendido
que fuera tocada por una guitarra en vez de un violín.
Segovia se extendió más allá simplemente de ser establecido por si
mismo como virtuoso. "Desde mis años de joven", escribió, "soñaba
elevar a la guitarra de su triste nivel artístico en el que estaba. Desde
entonces, he dedicado mi vida a cuatro esenciales tareas. La primera: separar
la guitarra del prototipo de entretenimiento tradicional. Mi segundo propósito:
dar a conocer la belleza de la guitarra al público del mundo entero. La tercera
tarea: influenciar a las autoridades de conservatorios, academias, y
universidades para que incluyeran a la guitarra en sus programas de enseñanza a
la par con los de violín, chelo, piano, etc. Y mi cuarto objeto de labor:
proveer un repertorio de alta calidad, construido por trabajos poseídos de un
alto valor musical, de las plumas de compositores acostumbrados a escribir para
orquestas, piano y violín".
Era aficionado a la lectura; los libros de filosofía e historia
eran sus favoritos. Ya entrado en los setentas, había empezado a escribir sus
memorias que llevaba como título "La guitarra y yo". Andrés Segovia
se casó en tres ocasiones a lo largo de los 94 años que vivió. Las dos primeras
veces enviudo, y su tercera esposa, Emilia del Corral, a quien él llamaba cariñosamente
Emilita (era cuarenta y cinco años más joven que él) lo acompañó hasta el
último momento de su vida. Luego de muchas presentaciones, reconocimientos y
aplausos a lo largo y ancho del mundo, el rey de España le otorgó en 1981 el
título de Marqués de Salobreña. Seis años después, Segovia trabajaba en su
discurso de envestidura como doctor "honoris causa", cuando lo
sorprendió la muerte. Tenía 94 años, la mayoría de ellos dedicados a su pasión:
la guitarra.
La crítica señala que Segovia subordinaba sus facultades a un
sentido exquisito del ritmo y del estilo, y poseía la intensa y rara virtud de
embellecer las obras que interpretaba con la pureza de su arte.
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