La
Historia de la Música Española no siempre hace justicia a sus propios
compositores. Muchos de ellos son “esos grandes desconocidos”, de los que
solemos escuchar sus nombres, incorporados sin más remedio al carro de la
gloria, pero a veces, olvidadas sus vidas y sus trayectorias: Ignorados sus
méritos.
Este
es el caso del controvertido personaje de Felipe Pedrell, considerado por los
expertos como el revitalizador de la escuela nacionalista española en pleno
siglo XIX. En efecto, fue éste músico catalán del que aún hoy siguen
planteándose cuestiones o dudas, el enlace más directo entre nuestros grandes
polifonistas de los siglos XVI y XVII y los albores del siglo XIX, momento en
que se pone de moda el estudio del folklore. Pero, ¿qué ocurre entonces? No siempre es bien realizado dicho estudio, es
decir, muy probablemente, cae en manos de aficionados o profesionales poco
cualificados. Así que advertimos como tarea nada fácil el trabajo compilatorio
de canciones y danzas populares como fuente de ese “incipiente nacionalismo”
que asomaba a la vida musical de principios del XIX.
En
este sentido recordamos las duras palabras con las que Pedrell enjuicia la
dejadez o falta de profesionalidad de los músicos en general: “Pero en este despertamiento repentino de
folklore(hay que decir la verdad aunque sea dolorosa)los músicos, lo que se
llaman los músicos profesionales, fuera de contadísimas excepciones, no figuran
para nada, absolutamente para nada. No tengo la pretensión temeraria de hacer
investigaciones respecto a esa dejadez culpable. Además que sólo hay una: la de
la incultura artística, y ésta hace innecesaria toda otra investigación”.
No
desprovisto de cierta razón, Pedrell propicia con dominio de la técnica sin
lugar a dudas y con intuición de compositor, un análisis bastante más riguroso
y exhaustivo en el tratamiento de lo autóctono.
Según
Oscar Esplá “gracias a la etapa nacionalista, los músicos llevan en el alma el
sentido de la raza, sintiéndolo como de su pueblo, y sus obras se alimentan con
la misma savia que la del folklore nacional, aún cuando, deliberadamente,
quieren ignorar el canto popular y cuando adoptan las formas técnicas más
generales”.
Este
comentario que hace el músico levantino
deja bien claro que ésta aportación fonética del lenguaje propio de cada país
impregna plenamente la producción del compositor que convive con las emociones
de cada región. Por ello y precisamente preconizando estos valores folklóricos,
se sitúa Felipe Pedrell en la grandeza y en la excelencia de la creación de una
verdadera Escuela de raíz española.
Nacido
en Tortosa el 18 de Febrero de 1841, Pedrell inicia su andadura siendo niño de
coro en la catedral de su ciudad bajo la dirección de un buen músico, el padre
Juan Nin. De este forma traba conocimiento con la antigua polifonía española e
italiana del siglo XVI, cuya austeridad y estructura singular influenciaron en
gran medida su arte posterior.
En
cuanto al estudio del piano y la composición, es Pedrell un autodidacta.
Paralelamente a su parcela de
investigación del folkore popular
comienza a dar sus primeros pasos.
En
1873 ocupa el cargo de subdirector de la Orquesta del Circo desplegando por
estos años una actividad importante en el estreno de sus óperas: “El último
Abencerraje”(1874) y “Quasimodo”(1875). Posteriormente (1876) consigue una
pensión para estudiar en Roma y un año más tarde a París.
Durante
este período da a conocer una serie de obras religiosas y sinfónicas de
relevancia: “Sinfonía Milá”, “Marcha Triunfal”, los ciclos de canciones
Orientales, “Consolations”, “Lo cant de la montanya” y la ópera “El Rey Lear y
Cleopatra”.
Su
interesante enriquecimiento en materia de musicología lo constituyen títulos
tan significativos como su publicación “Salterio Sacrohispano”, la revista “Notas
musicales y literarias” o la antología “Hispaniae Schola musica sacra”, cuyo
primer tomo lo dedica a Cristóbal de
Morales, uno de nuestros más ilustres polifonistas del pasado.
Continuando
con esta inmensa labor especializada se suceden innumerables trabajos de
investigación, ensayos, artículos y publicaciones, entre los que destaca “La
música religiosa en España” de singular valor.
Si
tuviéramos que situar los contornos de la madurez pedrelliana hablaríamos seguro de su composición “Los Pirineos”,
famosa trilogía sobre poema del catalán Víctor
Balaguer. Un año después escribirá “Por nuestra música”, especie de tratado
en el que desea aclarar sus ideales estéticos. Aparece también por estos años
el Diccionario técnico de la música(inacabado). Tras este somero repaso al
listado de obras científicas y formales del músico de Tortosa, nos encontramos
con el colofón a su carrera: “Cancionero musical popular español” (1922). Fue
publicado en cuatro volúmenes, cada uno de ellos centrado en materias
específicas, que supone una valiosísima
muestra de recopilación de canciones pertenecientes no únicamente al folkore
español. También figuran páginas anónimas o de autor conocido extraídas del
pasado histórico-musical.
Si
importante es su papel como divulgador musical, crítico y musicólogo, no menos
esencial resulta su labor pedagógica iniciada en el año 1894 en el que gracias
al profesor Monasterio consigue incorporarse al ejercicio de la docencia en el
Real Conservatorio de Madrid. Conviene aclarar llegado a este punto, que
previamente, Albéniz y Granados ya se habían beneficiado a
través de su doctrina nacionalista, viéndose pronto influenciados por su postulado.
El
fuerte talante autocrítico de Pedrell
llevó a este músico rebelde incluso a la destrucción de propias
partituras, considerándolas en ocasiones de escaso valor. Aún así, muy extenso
se califica su legado musical que recoge composiciones clasificadas dentro de
muy variados géneros: Corales, Canciones, Sinfonías, Óperas, páginas
pianísticas...
Sus
últimos años de vida fueron apagando la llama de su aliento creador, al mismo
tiempo que su carácter intolerante y un tanto adusto fueron deteriorando el
entorno de vida del maestro(tal vez, la muerte de su única hija contribuyera a
perjudicar su ya difícil situación anímica).
Murió
en Barcelona el 19 de Agosto de 1922.
Quizás
la tristeza de los postreros años del artista catalán estuvieran marcados por
la incomprensión y la soledad de un Pedrell no considerado y en muchos casos ,
con razón o sin ella, devaluado como compositor.
En
esta polémica discusión se arrojan diversas versiones que llegan casi todas a
la misma conclusión. Como bien conocedor de su verdad artística, Higinio Anglés, discípulo del maestro,
comenta al respecto “su limitación estuvo
en querer abarcarlo todo y reformarlo todo”.
Grandes
eruditos de la talla de Henri Collet, Adolfo Salazar o el
actual Carlos Gómez Amat coinciden
en la misma teoría que concede al músico su valor como recopilador e investigador de la esencia española no siendo considerado compositor como tal.
En
una línea de búsqueda incansable hacia el sentimiento artístico más puro
encontramos a esta figura musical que en
ocasiones se queja del tratamiento que recibe: “Ni en Cataluña ni en el resto de España se me ha hecho justicia. Se ha
querido rebajarme constantemente diciendo que yo era un gran crítico y un gran
historiador, pero no un buen compositor. Y no es verdad: soy un buen
compositor. No pido respeto para mi edad: lo pido para mi obra. Que se la oiga,
que se la estudie y que se juzgue.”
No
cabe dudas de que el “Wagner español”, denominado así por algunos en relación a
su admiración hacia el genial músico nacionalista alemán, fue objeto de
controversias. Su poliédrica figura ha despertado entre la crítica más severa
una oleada de reacciones: Unos ven en él al gran padre doctrinal del
nacionalismo español, otros, al folklorista hispano más sobresaliente del siglo
XIX. Su emblemático carisma divulgador
de artículos y opúsculos le ha situado en la cúspide de la investigación
musical. Pero la mejor forma de canalizar su ideal estético fue a través de sus
más destacados seguidores: Albéniz,
Granados, Falla... Ellos consiguieron continuar la estela pedrelliana llevándola a su máximo
esplendor. Y si por algo luchó hasta el final fue por la autenticidad de un
estilo propio y genuino, recuperador de la escuela española. Nada menos que el
gaditano Manuel de Falla apunta
estas palabras cálidas y emotivas hacia su maestro, en un artículo necrológico
publicado en la Revue Musicale en
febrero de 1923: “Nosotros, los que hemos
sido estimulados y guiados por la obra musical de Pedrell, se puede afirmar que
ella, por sí sola, habría bastado para provocar el renacimiento del arte
musical español”.
Para
todos Felipe Pedrell se nos manifiesta como la imagen omnipresente del artífice
de un movimiento histórico-cultural encargado de recuperar nuestras raíces. La
hondura de su proyecto cristalizó en la valiente y original senda por la cual han discurrido tantos.
Entre sus herederos, gratitud infinita.
Paula
Coronas Valle.
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